Mi primer MRI

Aquí les comparto lo que sucedió el día que me hice el MRI de mi cabeza. ¡Mi primer MRI!

Los primeros exámenes de sangre que me hice revelaron que tenía niveles altos de prolactina y por lo tanto mi Endocrinólogo Reproductivo sospechaba que yo tenía un pequeño tumor benigno en mi glándula pituitaria. Para confirmar su sospecha me pidió que me hiciera un MRI o imagen por resonancia magnética de mi cabeza.

Esta gran herramienta para el diagnóstico se utiliza a menudo y crea imágenes detalladas de los órganos y tejidos internos del cuerpo. Sin duda, es fascinante! El escáner como tal se compone de un tubo largo y una tabla que permite deslizar al paciente. Hay dos tipos de máquinas a las que llaman MRI abierto (amplio) y MRI cerrado (tubo angosto y cerrado).

En muchas ocasiones acompañé a mis abuelos a realizarse esta prueba y siempre le preguntaban si querían un MRI abierto o cerrado. Ellos contestaban que cualquiera estaba bien. Como mis abuelos son tan valientes no dude en responder de la misma manera cuando me dijeron que me iban a hacer un MRI cerrado. Si había algo que tenía bien claro era que lo único a lo que le tenía miedo era a las cucarachas voladoras y a los tiburones y de eso no había allí.

Comencé a prepararme para la prueba colocándome la bata de hospital y removiendo todas las prendas y artículos de metal que llevaba  conmigo. Incluso, me asignaron un pequeño armario para guardar mis cosas. Todo iba de maravilla. Me sentía cómoda con el personal y una vez me inyectaron el contraste líquido ya estaba lista para comenzar el MRI. Me llevaron a la máquina y me  acosté en la tabla que tenía unas sábanas y almohada de hotel. Estaba cómoda y feliz. ¿Qué podría salir mal? La enfermera me entregó un botón para apretar por si la necesitaba, me dio tapones para los oídos e inmediatamente inmovilizó mi cabeza con algo que parecía una jaula de pajaritos. Esa última parte no me encantó pero tampoco me incomodó pues no podía moverme ni un poco por 45 minutos y eso me iba a ayudar.

Me deslizaron hacia el interior de la prueba, no sin antes advertirme que si era claustrofóbica no podía abrir los ojos. Han oído ese refrán que dice “el que no escucha consejos no llega a viejo”? Pues yo no llegué muy lejos porque tan pronto terminaron de deslizarme yo abrí los ojos solo para darme cuenta de que no podía ver absolutamente nada! Intenté tranquilizarme cerrando los ojos nuevamente pero ya el daño estaba hecho. Podía ver la imagen del tubo justamente encima de mis ojos y la oscuridad rotunda aún con mis ojos cerrados.

Recuerdan que les dije que tenía un botón en mis manos por si necesitaba a la enfermera. Ya deben  imaginarse por donde voy. Comencé a apretar ese botón como una loca y de pronto escuché la voz de la enfermera preguntándome si estaba bien. Obviamente, no! Me sacaron de allí y pedí tiempo para ir al baño y relajarme.

Salí de la sala sin saber donde quedaba el baño así que me fui en bata de hospital a buscarlo. Debo haberme tardado demasiado porque cuando salí habían dos enfermeras y un guardia de seguridad buscando a la loca que caminaba en bata por los pasillos de radiología. Que vergüenza!

Logré superar la prueba y aguanté los 45 minutos rezando y cantando sin parar con los OJOS CERRADOS! Me habían recomendado hacerme un MRI al año para monitoreo pero acá entre nosotros yo me hice la loca y espero que mi médico no se acuerde. No sigan mi ejemplo. Los mantendré informados.

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